martes, 15 de marzo de 2011

Angelus del 2 de enero de 2011


A las 12:00 de hoy el Santo Padre Benedicto XVI se asoma a la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico Vaticano para rezar el Angelus con los fieles y los peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro.

Estas son las palabras del Papa al introducir la oración mariana:

Queridos hermanos y hermanas:

Os renuevo a todos mis mejores deseos para el año nuevo y doy las gracias a cuantos me han enviado mensajes de cercanía espiritual. La liturgia de este domingo vuelve a proponer el Prólogo del Evangelio de san Juan, proclamado solemnemente en el día de Navidad. Este admirable texto expresa, en forma de himno, el misterio de la Encarnación, que predicaron los testigos oculares, los Apóstoles, especialmente san Juan, cuya fiesta, no por casualidad, se celebra el 27 de diciembre. Afirma san Cromacio de Aquileya que «Juan era el más joven de todos los discípulos del Señor; el más joven por edad, pero ya anciano por la fe» (Sermo II, 1 De Sancto Iohanne Evangelista: CCL 9a, 101). Cuando leemos: «En el principio existía el Verbo y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios» (Jn 1, 1), el Evangelista —al que tradicionalmente se compara con un águila— se eleva por encima de la historia humana escrutando las profundidades de Dios; pero muy pronto, siguiendo a su Maestro, vuelve a la dimensión terrena diciendo: «Y el Verbo se hizo carne» (Jn 1, 14). El Verbo es «una realidad viva: un Dios que… se comunica haciéndose él mismo hombre» (J. Ratzinger, Teologia della liturgia, LEV 2010, p. 618). En efecto, atestigua Juan, «puso su morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria» (Jn 1, 14). «Se rebajó hasta asumir la humildad de nuestra condición —comenta san León Magno— sin que disminuyera su majestad» (Tractatus XXI, 2: CCL 138, 86-87). Leemos también en el Prólogo: «De su plenitud hemos recibido todos, gracia por gracia» (Jn 1, 16). «¿Cuál es la primera gracia que hemos recibido? —se pregunta san Agustín, y responde— Es la fe». La segunda gracia, añade en seguida, es «la vida eterna» (Tractatus in Ioh. III, 8.9: ccl 36, 24.25).

Ahora me dirijo en lengua española a las miles de familias reunidas en Madrid para una gran manifestación.

Saludo con afecto a los numerosos pastores y fieles reunidos en la plaza de Colón, de Madrid, para celebrar con gozo el valor del matrimonio y la familia bajo el lema: «La familia cristiana, esperanza para Europa». Queridos hermanos, os invito a ser fuertes en el amor y a contemplar con humildad el Misterio de la Navidad, que continúa hablando al corazón y se convierte en escuela de vida familiar y fraterna. La mirada maternal de la Virgen María, la amorosa protección de san José y la dulce presencia del Niño Jesús son una imagen nítida de lo que ha de ser cada una de las familias cristianas, auténticos santuarios de fidelidad, respeto y comprensión, en los que también se transmite la fe, se fortalece la esperanza y se enardece la caridad. Aliento a todos a vivir con renovado entusiasmo la vocación cristiana en el seno del hogar, como genuinos servidores del amor que acoge, acompaña y defiende la vida. Haced de vuestras casas un verdadero semillero de virtudes y un espacio sereno y luminoso de confianza, en el que, guiados por la gracia de Dios, se pueda sabiamente discernir la llamada del Señor, que sigue invitando a su seguimiento. Con estos sentimientos, encomiendo fervientemente a la Sagrada Familia de Nazaret los propósitos y frutos de ese encuentro, para que sean cada vez más las familias en las que reine la alegría, la entrega mutua y la generosidad. Que Dios os bendiga siempre.

Pidamos a la Virgen María, a quien el Señor encomendó como Madre al «discípulo al que él amaba», la fuerza de comportarnos como hijos «nacidos de Dios» (cf. Jn 1, 13), acogiéndonos unos a otros y manifestando así el amor fraterno.

Después del Ángelus el Papa se pronunció sobre el atentado contra los cristianos en Egipto perpetrado en la Noche de Año Nuevo:

Ayer por la mañana recibimos con dolor la noticia del grave atentado contra la comunidad cristiana copta perpetrado en Alejandría de Egipto. Este vil gesto de muerte, al igual que el de colocar bombas, como sucede ahora, cerca de las casas de los cristianos en Irak para obligarlos a irse, ofende a Dios y a toda la humanidad, que precisamente ayer rezó por la paz y comenzó con esperanza un nuevo año. Ante esta estrategia de violencia que tiene como blanco a los cristianos, y tiene consecuencias para toda la población, pido por las víctimas y sus familiares, y aliento a las comunidades eclesiales a perseverar en la fe y en el testimonio de no violencia que nos viene del Evangelio. Asimismo, pienso en los numerosos agentes pastorales asesinados en 2010 en distintas partes del mundo: a ellos va igualmente nuestro afectuoso recuerdo delante del Señor. Permanezcamos unidos en Cristo, nuestra esperanza y nuestra paz.

El Papa inicia su saludo a los grupos de peregrinos en lengua francesa:

¡La oración del Angelus me da la alegría de saludaros, queridos peregrinos francófonos! En este tiempo de Navidad, el Señor haga brillar sobre nosotros el esplendor de su amor que disipa toda tiniebla. Alegrémonos en unión con los países que celebran hoy la Epifanía del Señor. ¡Por la intercesión de la Virgen María, dejémonos guiar hacia su Hijo Jesús, luz nacida de la luz! ¡Buen domingo y buen año a todos!

En lengua inglesa:

Estoy feliz de saludar a todos los visitantes de lengua inglesa presentes para esta oración del Angelus. Hoy continuamos contemplando el divino misterio de Jesucristo, nacido en Belén de la Virgen María. Él es la Palabra de Dios hecha carne para nuestra salvación, la Sabiduría de Dios que ha venido a iluminarnos. ¡Apreciemos siempre esta presencia de Jesús que nos trae gracia y verdad! ¡Os deseo a todos vosotros un agradable domingo y os renuevo mis buenos deseos por un Feliz Año Nuevo!

En lengua alemana:

Con alegría saludo a todos los hermanos y hermanas de los países de lengua alemana. La Palabra de Dios está al principio de todo, es luz y vida para el mundo, para nosotros los hombres. Esto nos lo invitan a recordar las lecturas de este segundo domingo después de Navidad. La Palabra divina ha tomado forma humana en Jesucristo, lo hace como si lo hiciera en un camino en busca de nuestro amor. María le dio su corazón de madre, le dio su vida. Nosotros también estamos invitados a dejar que la Palabra de Dios de vida en nosotros de modo que pueda transformarnos por dentro. Esto es debido a que nos da el poder, según dice Juan, de hacernos hijos de Dios, verdaderamente humanos a imagen de Dios. El Señor os bendiga y os guarde.

En lengua española:

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española presentes en esta oración mariana. La liturgia de este tiempo de Navidad nos conduce a contemplar con asombro a Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, el Emmanuel. Os invito en estos días santos a abrir vuestras almas a este misterio de infinito amor. Que a ello os ayude la Santísima Virgen María y san José, cuya protección invoco sobre todas las familias, particularmente sobre las que se encuentran en dificultad o están probadas por la incomprensión y la división. El Salvador, luz del mundo, conceda a todas la gracia para superar cualquier contrariedad, a fin de que de este modo puedan avanzar siempre por el camino del bien. ¡Feliz domingo!

En lengua polaca:

Un cordial saludo dirijo a los polacos. La liturgia de hoy nos invita a alabar la eterna sabiduría de Dios y a agradecer por la bendición que nos ha donado en el Verbo encarnado. "Él estaba en el principio con Dios. (...) En Él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres". Que esta luz resplandezca sobre cada día del año nuevo y de toda nuestra vida. Dios os bendiga.

En lengua italiana:

Saludo finalmente con afecto a los peregrinos de lengua italiana, en particular los grupos parroquiales de Grandate y Palanzo, en Como, y de Asola, y los numerosos amigos y voluntarios de la "Fraterna Domus" de Roma. Buen domingo – ¡el primero del nuevo año! – y muchos deseos de paz y de bien a todos en el Señor.

Angelus del 1 de enero de 2011


Al término de la Celebración Eucarística en la Solemnidad de Santa María Madre de Dios y en la celebración de la 44a Jornada Mundial de la Paz, el Santo Padre Benedicto XVI, antes de rezar el Angelus, dirige a los fieles y a los peregrinos presentes en la Plaza de San Pedro las siguientes palabras:

Queridos hermanos y hermanas:

En este primer Ángelus de 2011, dirijo a todos mi deseo de paz y de bien confiándolo a la intercesión de María santísima, a la que hoy celebramos como Madre de Dios. Al inicio de un nuevo año, el pueblo cristiano se reúne espiritualmente ante la cueva de Belén, donde la Virgen María dio a luz a Jesús. Pedimos a la Madre la bendición, y ella nos bendice mostrándonos a su Hijo: de hecho, él en persona es la Bendición. Dándonos a Jesús, Dios nos lo ha dado todo: su amor, su vida, la luz de la verdad, el perdón de los pecados; nos ha dado la paz. Sí, Jesús es nuestra paz (cf. Ef 2, 14). Él trajo al mundo la semilla del amor y de la paz, más fuerte que la semilla del odio y de la violencia; más fuerte porque el Nombre de Jesús es superior a cualquier otro nombre, contiene todo el señorío de Dios, como había anunciado el profeta Miqueas: «Y tú, Belén... De ti me nacerá el que debe gobernar... Él se mantendrá de pie y los apacentará con la fuerza del Señor, con la majestad del nombre del Señor, su Dios. ¡Y él mismo será la paz!» (5, 1. 3-4).

Por esto, ante el icono de la Virgen Madre, la Iglesia en este día invoca de Dios, por medio de Jesucristo, el don de la paz: es la Jornada Mundial de la Paz, ocasión propicia para reflexionar juntos sobre los grandes desafíos que nuestra época plantea a la humanidad. Uno de ellos, dramáticamente urgente en nuestros días, es el de la libertad religiosa; por eso, este año he querido dedicar mi Mensaje a este tema: «Libertad religiosa, camino para la paz». Hoy asistimos a dos tendencias opuestas, dos extremos igualmente negativos: por una parte el laicismo, que a menudo solapadamente margina la religión para confinarla a la esfera privada; y por otra el fundamentalismo, que en cambio quisiera imponerla a todos con la fuerza. En realidad, «Dios llama a sí a la humanidad con un designio de amor que, a la vez que, implicando a toda la persona en su dimensión natural y espiritual, reclama una correspondencia en términos de libertad y responsabilidad, con todo el corazón y el propio ser, individual y comunitario» (Mensaje, 8). Donde se reconoce de forma efectiva la libertad religiosa, se respeta en su raíz la dignidad de la persona y, a través de una búsqueda sincera de la verdad y del bien, se consolida la conciencia moral y se refuerzan las instituciones y la convivencia civil (cf. ib. 5). Por esto la libertad religiosa es el camino privilegiado para construir la paz.

Queridos amigos, dirijamos de nuevo la mirada a Jesús, en brazos de María su Madre. Mirándolo a él, que es el «Príncipe de la paz» (Is 9, 5), comprendemos que la paz no se alcanza con las armas, ni con el poder económico, político, cultural y mediático. La paz es obra de conciencias que se abren a la verdad y al amor. Que Dios nos ayude a progresar en este camino durante el nuevo año que nos concede vivir.

Después del Ángelus, el Santo Padre anunció su Peregrinación a Asís en octubre de 2011 y saludó la Marcha por la Paz que se celebraba en Ancona.

Queridos hermanos y hermanas, en el Mensaje para la Jornada de la Paz de hoy subrayé que las grandes religiones pueden constituir un importante factor de unidad y de paz para la familia humana, y recordé, al respecto, que en este año 2011 se celebrará el 25° aniversario de la Jornada Mundial de Oración por la Paz que el Venerable Juan Pablo II convocó en Asís en 1986. Por esto, el próximo mes de octubre, iré como peregrino a la ciudad de san Francisco, invitando a unirse a este camino a los hermanos cristianos de las distintas confesiones, a los representantes de las tradiciones religiosas del mundo, y de forma ideal, a todos los hombres de buena voluntad, con el fin de recordar ese gesto histórico querido por mi predecesor y de renovar solemnemente el compromiso de los creyentes de todas las religiones de vivir la propia fe religiosa como servicio a la causa de la paz. Quien está en camino hacia Dios no puede menos de transmitir paz; quien construye paz no puede menos de acercarse a Dios. Os invito a acompañar esta iniciativa desde ahora con vuestra oración.

En este contexto deseo saludar y animar a cuantos, desde ayer por la noche y durante la jornada de hoy, en toda la Iglesia rezan por la paz y por la libertad religiosa. En Italia, la tradicional marcha organizada por la Conferencia episcopal italiana, Pax Christi y Cáritas tuvo lugar en Ancona, ciudad que acogerá el próximo mes de septiembre el Congreso eucarístico nacional. Aquí en Roma, y en otras ciudades del mundo, la Comunidad de San Egidio ha vuelto a proponer la iniciativa «Paz en todas las tierras»: saludo de corazón a cuantos han participado en ella. Saludo también a los miembros del Movimiento del amor familiar, que esta noche han velado en la plaza de San Pedro y en la diócesis de L'Aquila, rezando por la paz en las familias y entre las naciones.

Luego dijo en francés:

¡Estoy feliz de saludaros, queridos peregrinos francófonos presentes esta mañana, así como a las personas que se nos unen por la radio y la televisión! En este primer día del año, celebramos a Santa María, Madre de Dios, y oramos particularmente por la paz. Pueda la Virgen María, Madre del Príncipe de la Paz, ayudar a cada persona a renovar su compromiso por construir un mundo siempre más fraterno donde todos sean libres de profesar su religión o su fe. ¡Buen y feliz Año a todos!

Continuó en inglés:

Ofrezco una calurosa bienvenida a los visitantes de lengua inglesa que están aquí hoy. En el primer día del año la Iglesia rinde honor especial a la Madre de Dios, recordando cómo en humilde obediencia a la voluntad del Señor llevó en su vientre y dio a luz a Aquel que es la Luz del Mundo. En este día, también, oramos especialmente por la paz en todo el mundo, y os invite a todos vosotros a unirse en oración sentida a Cristo el Príncipe de la Paz por el fin de la violencia y el conflicto donde se encuentren. Sobre todos vosotros, y sobre vuestros seres queridos en casa, invoco abundantes bendiciones de Dios para el año que está por venir. ¡Feliz Año Nuevo!

Luego en alemán:

Un saludo de feliz Año Nuevo a todos los peregrinos y visitantes de lengua alemana. Estoy feliz de dar una cordial y calurosa bienvenida a los Cantores de Villancicos de Mainz, que participan cantando en las parroquias por la Epifanía, para anunciar a los hombres el acontecimiento del nacimiento de Cristo. Este es un mensaje de alegría y paz para el mundo entero. Dios estará con nosotros. En su Hijo encarnado Dios vuelve su rostro hacia nosotros y nos da la salvación. Por eso oramos pidiendo su bendición para que este nuevo Año comience en nombre del Señor. Que Dios os acompañe en todo.

En español dijo:

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española que participan en esta oración mariana en este primer día del año, octava de la Navidad. La Iglesia celebra hoy la solemnidad de Santa María, Madre de Dios, y también la Jornada mundial de la paz. Os invito a entrar en la escuela de la Virgen santísima, fiel discípula del Señor, para aprender de ella a acoger en la fe y en la oración la salvación que Dios quiere derramar sobre los que confían en su paz y amor misericordioso. ¡Feliz Año nuevo!

En portugués dijo:

Saludo a los peregrinos de lengua portuguesa en esta solemnidad de Santa María, Madre de Dios. Que ella interceda junto a su Divino Hijo, Príncipe de la Paz, para que la humanidad se abra siempre más al Evangelio, único camino para la verdadera fraternidad.

En polaco dijo:

Saludo cordialmente a todos los polacos. A vosotros aquí presentes en Roma, a vuestros compatriotas en vuestro país y en el extranjero, deseo un Año Nuevo lleno de las bendiciones divinas. Que se realicen nuestras esperanzas y buenos propósitos, que ponemos en él. Pido a la Santísima Madre de Dios que interceda por la paz para el mundo, os sostenga con su ayuda y sea vuestra guía. ¡Dios os bendiga!

En italiano dijo:

Saludo a todos los peregrinos de lengua italiana, en particular a los jóvenes de la Obra Don Orione. ¡Buen año a todos!

Santa Misa en la Solemnidad de Santa María Madre de Dios y en la 44ª Jornada Mundial de la Paz


CIUDAD DEL VATICANO, 1 de enero de 2011.


A las 10:00 de la mañana, en la Basílica Vaticana, el Santo Padre Benedicto XVI preside la Celebración de la Solemnidad de Santa María Madre de Dios en la octava de Navidad con ocasión de la 44ª Jornada Mundial de la Paz sobre el tema: Libertad religiosa, camino para la paz.

Concelebran con el Papa el Cardenal Tarcisio Bertone, Secretario de Estado, el Cardenal Peter Kodwo Appiah Turkson, Presidente del Pontificio Consejo de la Justicia y de la Paz, Su Excelencia Monseñor Fernando Filoni, Arzobispo titular de Volturno, Sustituto de la Secretaría de Estado, Su Excelencia Monseñor Dominique Mamberti, Arzobispo titular de Sagona, Secretario para las Relaciones con los Estados, Su Excelencia Monseñor Mario Toso S.D.B., Obispo titular de Bisarcio, Secretario del Pontificio Consejo de la Justicia y de la Paz.

Están presentes los Pueri Cantores que han celebrado en estos días en Roma el 36° Congreso internacional de su Federación. Publicamos a continuación la homilía que el Papa pronuncia en el curso de la Santa Misa:

Queridos hermanos y hermanas:

Todavía inmersos en el clima espiritual de la Navidad, en la que hemos contemplado el misterio del nacimiento de Cristo, con los mismos sentimientos celebramos hoy a la Virgen María, a quien la Iglesia venera como Madre de Dios, porque dio carne al Hijo del Padre eterno. Las lecturas bíblicas de esta solemnidad ponen el acento principalmente en el Hijo de Dios hecho hombre y en el «nombre» del Señor. La primera lectura nos presenta la solemne bendición que pronunciaban los sacerdotes sobre los israelitas en las grandes fiestas religiosas: está marcada precisamente por el nombre del Señor, que se repite tres veces, como para expresar la plenitud y la fuerza que deriva de esa invocación. En efecto, este texto de bendición litúrgica evoca la riqueza de gracia y de paz que Dios da al hombre, con una disposición benévola respecto a este, y que se manifiesta con el «resplandecer» del rostro divino y el «dirigirlo» hacia nosotros.

La Iglesia vuelve a escuchar hoy estas palabras, mientras pide al Señor que bendiga el nuevo año que acaba de comenzar, con la conciencia de que, ante los trágicos acontecimientos que marcan la historia, ante las lógicas de guerra que lamentablemente todavía no se han superado totalmente, sólo Dios puede tocar profundamente el alma humana y asegurar esperanza y paz a la humanidad. De hecho, ya es una tradición consolidada que en el primer día del año la Iglesia, presente en todo el mundo, eleve una oración coral para invocar la paz. Es bueno iniciar un año emprendiendo decididamente la senda de la paz. Hoy, queremos recoger el grito de tantos hombres, mujeres, niños y ancianos víctimas de la guerra, que es el rostro más horrendo y violento de la historia. Hoy rezamos a fin de que la paz, que los ángeles anunciaron a los pastores la noche de Navidad, llegue a todos los rincones del mundo: «Super terram pax in hominibus bonae voluntatis» (Lc 2, 14). Por esto, especialmente con nuestra oración, queremos ayudar a todo hombre y a todo pueblo, en particular a cuantos tienen responsabilidades de gobierno, a avanzar de modo cada vez más decidido por el camino de la paz.

En la segunda lectura, san Pablo resume en la adopción filial la obra de salvación realizada por Cristo, en la cual está como engarzada la figura de María. Gracias a ella el Hijo de Dios, «nacido de mujer» (Ga 4, 4), pudo venir al mundo como verdadero hombre, en la plenitud de los tiempos. Ese cumplimiento, esa plenitud, atañe al pasado y a las esperas mesiánicas, que se realizan, pero, al mismo tiempo, también se refiere a la plenitud en sentido absoluto: en el Verbo hecho carne Dios dijo su Palabra última y definitiva. En el umbral de un año nuevo, resuena así la invitación a caminar con alegría hacia la luz del «sol que nace de lo alto» (Lc 1, 78), puesto que en la perspectiva cristiana todo el tiempo está habitado por Dios, no hay futuro que no sea en la dirección de Cristo y no existe plenitud fuera de la de Cristo.

El pasaje del Evangelio de hoy termina con la imposición del nombre de Jesús, mientras María participa en silencio, meditando en su corazón sobre el misterio de su Hijo, que de modo completamente singular es don de Dios. Pero el pasaje evangélico que hemos escuchado hace hincapié especialmente en los pastores, que se volvieron «glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto» (Lc 2, 20). El ángel les había anunciado que en la ciudad de David, es decir, en Belén había nacido el Salvador y que iban a encontrar la señal: un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre (cf. Lc 2, 11-12). Fueron a toda prisa, y encontraron a María y a José, y al Niño. Notemos que el Evangelista habla de la maternidad de María a partir del Hijo, de ese «niño envuelto en pañales», porque es él —el Verbo de Dios (Jn 1, 14)— el punto de referencia, el centro del acontecimiento que está teniendo lugar, y es él quien hace que la maternidad de María se califique como «divina».

Esta atención predominante que las lecturas de hoy dedican al «Hijo», a Jesús, no reduce el papel de la Madre; más aún, la sitúa en la perspectiva correcta: en efecto, María es verdadera Madre de Dios precisamente en virtud de su relación total con Cristo. Por tanto, glorificando al Hijo se honra a la Madre y honrando a la Madre se glorifica al Hijo. El título de «Madre de Dios», que hoy la liturgia pone de relieve, subraya la misión única de la Virgen santísima en la historia de la salvación: misión que está en la base del culto y de la devoción que el pueblo cristiano le profesa. En efecto, María no recibió el don de Dios sólo para ella, sino para llevarlo al mundo: en su virginidad fecunda, Dios dio a los hombres los bienes de la salvación eterna (cf. Oración Colecta). Y María ofrece continuamente su mediación al pueblo de Dios peregrino en la historia hacia la eternidad, como en otro tiempo la ofreció a los pastores de Belén. Ella, que dio la vida terrena al Hijo de Dios, sigue dando a los hombres la vida divina, que es Jesús mismo y su Santo Espíritu. Por esto es considerada madre de todo hombre que nace a la Gracia y a la vez se la invoca como Madre de la Iglesia.

En el nombre de María, Madre de Dios y de los hombres, desde el 1 de enero de 1968 se celebra en todo el mundo la Jornada Mundial de la Paz. La paz es don de Dios, como hemos escuchado en la primera lectura: «Que el Señor (…) te conceda la paz» (Nm 6, 26). Es el don mesiánico por excelencia, el primer fruto de la caridad que Jesús nos ha dado; es nuestra reconciliación y pacificación con Dios. La paz también es un valor humano que se ha de realizar en el ámbito social y político, pero hunde sus raíces en el misterio de Cristo (cf. Gaudium et spes, 77-90). En esta celebración solemne, con ocasión de la 44ª Jornada Mundial de la Paz, me alegra dirigir mi deferente saludo a los ilustres embajadores ante la Santa Sede, con mis mejores deseos para su misión. Asimismo, dirijo un saludo cordial y fraterno a mi Secretario de Estado y a los demás responsables de los dicasterios de la Curia Romana, con un pensamiento particular para el presidente del Consejo Pontificio «Justicia y paz» y sus colaboradores. Deseo manifestarles mi vivo reconocimiento por su compromiso diario en favor de una convivencia pacífica entre los pueblos y de la formación cada vez más sólida de una conciencia de paz en la Iglesia y en el mundo. Desde esta perspectiva, la comunidad eclesial está cada vez más comprometida a actuar, según las indicaciones del Magisterio, para ofrecer un patrimonio espiritual seguro de valores y de principios, en la búsqueda continua de la paz.

En mi Mensaje para la Jornada de hoy, que lleva por título «Libertad religiosa, camino para la paz» he querido recordar que: «El mundo tiene necesidad de Dios. Tiene necesidad de valores éticos y espirituales, universales y compartidos, y la religión puede contribuir de manera preciosa a su búsqueda, para la construcción de un orden social e internacional justo y pacífico» (n. 15). Por tanto, he subrayado que «la libertad religiosa (...) es un elemento imprescindible de un Estado de derecho; no se puede negar sin dañar al mismo tiempo los demás derechos y libertades fundamentales, pues es su síntesis y su cumbre» (n. 5).

La humanidad no puede mostrarse resignada a la fuerza negativa del egoísmo y de la violencia; no debe acostumbrarse a conflictos que provoquen víctimas y pongan en peligro el futuro de los pueblos. Frente a las amenazadoras tensiones del momento, especialmente frente a las discriminaciones, los abusos y las intolerancias religiosas, que hoy golpean de modo particular a los cristianos (cf. ib., 1), dirijo una vez más una apremiante invitación a no ceder al desaliento y a la resignación. Os exhorto a todos a rezar a fin de que lleguen a buen fin los esfuerzos emprendidos desde diversas partes para promover y construir la paz en el mundo. Para esta difícil tarea no bastan las palabras; es preciso el compromiso concreto y constante de los responsables de las naciones, pero sobre todo es necesario que todas las personas actúen animadas por el auténtico espíritu de paz, que siempre hay que implorar de nuevo en la oración y vivir en las relaciones cotidianas, en cada ambiente.

En esta celebración eucarística tenemos delante de nuestros ojos, para nuestra veneración, la imagen de la Virgen del «Sacro Monte di Viggiano», tan querida para los habitantes de Basilicata. La Virgen María nos da a su Hijo, nos muestra el rostro de su Hijo, Príncipe de la paz: que ella nos ayude a permanecer en la luz de este rostro, que brilla sobre nosotros (cf. Nm 6, 25), para redescubrir toda la ternura de Dios Padre; que ella nos sostenga al invocar al Espíritu Santo, para que renueve la faz de la tierra y transforme los corazones, ablandando su dureza ante la bondad desarmante del Niño, que ha nacido por nosotros. Que la Madre de Dios nos acompañe en este nuevo año; que obtenga para nosotros y para todo el mundo el deseado don de la paz. Amén.